Soltar pero no olvidar.

Voy por la vida con la bandera de empática y no de juez; con esa bandera blanca ondeando a diestra y siniestra, pero hoy comprendí que no es cierto del todo. 

Hace casi una década decidí empezar de cero con el hombre del que hoy presumo ser amiga, cómplice y esposa. Juntos hemos creado miles de recuerdos, compartirmos alegrías infinitas, lágrimas de felicidad y también de tristeza, nos hemos hecho confesiones crudas y aún así seguimos sonriéndonos cada día al despertar.  

Ambos tenemos un pasado con un tono gris, su gris un poco más oscuro que el mío. 
Hemos sanado y cuidado nuestras cicatrices mutuamente, hacemos chistes ácidos de ello y nos sentimos victoriosos de salir un tanto ilesos. 

Cada plática fue una sutura y ahora carecemos de puntos, pero él ha sido muy determinante con el hecho de soltar pero nunca olvidar, no había entendido porqué seguía recordando el pasado con recelo. 

Él nunca me juzgó y creí que yo tampoco lo hacía, pero siempre le hice incapié en lo mucho que le ayudaría dejar ir y perdonar absolutamente todo, le plantee situaciones, me intrigraba saber cómo reaccionaría si algún día la vida las hiciera realidad y su respuesta siempre fue la misma... Perdonar, soltar, pero nunca olvidar (Y no para bien). 

Una década después entendí porqué cerró el capítulo de forma tan abrupta, sin opción a ser empático con la contraparte, aunque me contó lo mucho que sufrió y lo tóxico que llegó a ser, no lo entendí hasta hoy: 

No necesitas tener una última conversación con una persona que ni siquiera te respetó”

El día de hoy le ofreceré una disculpa formal por haberlo juzgado y por intentar persuadirlo para perdonar-soltar-olvidar-la, porqué sé lo mucho que le costó perdonarse por permanecer ahí: “No necesitas tener una última conversación con una persona que ni siquiera te respetó”.