Á.

 

¡Qué guapo! Eso fue lo primero que pensé cuando te vi por primera vez, usabas una chamarra de piel, con una camisa roja o rosa, no estoy segura, pero definitivamente me pareciste muy agradable. Me saludaste y sonreíste, tal vez esa sonrisa significó algo más y no me di cuenta. 

Pasaron varios años hasta volver a encontrarnos y formalmente presentarnos nuevamente, ahora eras una persona totalmente distinta al de años atrás, ya no tenías un look fresa, más bien tu look era de un rock star, sin el peinado de los 2000‘s. 


Nos volvimos muy cercanos y durante varias madrugadas compartimos pensamientos random. Pensábamos igual sobre muchas cosas y al mismo, éramos muy diferentes, pero el humor negro y ácido, los gestos y lo mal hablados fue en lo que más nos parecíamos. 


Sin darme cuenta, fuimos conectando un poco más cada noche, no me percaté que tanto hasta que un día me llamaste ebrio y sentí mucho miedo, me detuve por dos segundos y juro que por esos dos segundos nos vi, pero regresé en sí y colgué, el miedo que sentí fue por ti, para mí era claro que mi corazón ya le pertenecía a alguien más, pero era necesario frenarte de golpe, no podía permitir que llegarás a sentir más allá, porque no iba a pasar y porque no quería provocar la tercera guerra mundial. 


Sentí como un muro invisible nos separaba, no se sentía bien, pero era lo correcto. 


Alguien me confirmó lo que por mucho tiempo pensé y callé. 


Hoy me duele este final, pero me tranquiliza tener la conciencia en paz y saber que fue lo mejor. 

En algún universo alterno es distinto, tal vez el final ahí es feliz.