El Señor que canta.

Mi oficina se encuentra en un edificio muy alto, tengo vista panorámica y me encanta, pero normalmente estoy en la planta baja y suelo pasar constantemente por el lobby principal, trabajo sobre una avenida grande y muy concurrida, así que tengo total acceso a la vista de los transeúntes de la zona. 

Cerca de ahí hay una Clínica de Fisioterapia, es común ver pasar a las mismas personas en horarios específicos porque tienen terapia y como me encanta charlar con desconocidos, he hecho varios amigos por ahí. 


Casi todos los días escuchaba a alguien pasar cantando en voz alta, nunca había podido ver quien era, pero estaba segura de que se trababa de un viejecito, alguien que se escuchaba muy alegre y que ama cantar. 


Me causaba tanta curiosidad, quería conocerlo y presentarme, me intrigaba su historia, tenía millones de preguntas. 


Un día lo vi pasar y no tuve tiempo de salir a saludarlo, solo escuché como su voz se iba alejando al ritmo de su silla de ruedas, guiado por una enferma, hasta que su voz se perdió entre el ajetreo de la ciudad. 


He intentado volver a encontrarlo, pero los días se han convertido en semanas y ahora en meses, no lo vuelto a escuchar y me temo lo peor. 


El personal de intendencia me ha contado algunas historias sobre ese señor, “El Señor que canta”, pero realmente nadie sabe su verdad. 


Entre tanto trabajo y caos, dejé a un lado mi curiosidad y poco a poco se fue archivando, hasta hoy, hoy lo he vuelto a ver nuevamente. 


Mi plan de presentarme me jugó chueco y no tuve el valor, solo pude salir y sonreírle mientras admiraba cada arruga de su piel y el tono tan alegre que tiene al cantar, su voz es grave y de primera impresión, parece que es gruñón, está cantando «Somos novios, nos amamos…» y yo no puedo dejar mirarlo, se da cuenta y me sonríe tiernamente, volteo a ver a su enfermera y con ojos de incredulidad también le sonrió, ella asienta y me contesta lo que me preguntaba internamente, es real, el Señor que canta existe, está frente a mí, regresé mi mirada hacia él y me dedica unos segundos de su canción, poco a poco se aleja, su voz se va volviendo tenue hasta que se pierde entre los sonidos de un tráfico infernal. 


No tuve el valor de pregúntale su nombre, su edad, ¿Por qué canta? ¿Por qué está solo? ¿Por qué solo lo acompaña su enfermera? ¿Conoció al amor de su vida? Creo que prefiero no saberlo, prefiero imaginarme cientos de historias, de personajes a su paso y de razones por las que prefiere vivir cantando canciones de amor, canciones viejitas que abrazan el corazón de los románticos empedernidos como yo. 


Hoy conocí al Señor que canta y me siento dichosa de haberle sonreído y que él me mirara con esos ojitos arrugados, alegres y misteriosos, que me haya cantado por unos segundos y que ambos nos hayamos alegrado el día, la vida.